El 16 de agosto de 1977, Elvis Presley fue hallado inconsciente en su mansión de Memphis a causa de un ataque cardíaco, cuando tenía 42 años.
Su muerte se constató en el hospital: el rock acababa de perder a su primera estrella. Los rumores hablaban de sobredosis y uno de sus guardaespaldas describió a un Elvis “drogado y paranoico”, en una entrevista grabada pocas horas antes de su muerte.
Al día siguiente de su muerte (17 de agosto), miles de personas se concentraron alrededor de la “Graceland Mansion”, la residencia de la estrella, para rendirle homenaje y dar el último adiós al legendario cantante, casi retirado desde 1972.
En un Elvis Presley Boulevard repleto, el cóctel de emoción, calor sofocante y muchedumbre provocó decenas de desmayos y la intervención de ambulancias. Los admiradores anónimos fueron autorizados a inclinarse ante el féretro de cobre del “rey del rock”. Muchos lloraron al depositar ramos de rosas rojas frente a Elvis, vestido con traje color crema, camisa azul y corbata plateada. En Washington, la Casa Blanca recibió cientos de llamadas telefónicos que reclaman un día de duelo nacional.
“Ninguna muerte, desde la del expresidente John Fitzgerald Kennedy (14 años antes), había conmovido tanto al pueblo norteamericano”, escribió una pareja de californianos en un telegrama dirigido a Jimmy Carter. El presidente rindió homenaje al cantante “único e irreemplazable”, símbolo de “la vitalidad, el espíritu de rebelión y el buen humor” de Estados Unidos. En todo el país, las tiendas de discos fueron tomadas por asalto. “En Charleston (Virginia Occidental), dos mujeres casi llegan a las manos para adquirir el último ejemplar de +Moody Blue+, el último disco de Elvis”, relató la AFP. Fue un símbolo de “la vitalidad, el espíritu de rebelión y el buen humor” En una sola jornada se vendieron 250.000 ejemplares del álbum.
Los talleres de fabricación de discos trabajaron día y noche para alimentar la voracidad de admiradores a los que el “King” ya había vendido en vida más de 500 millones de ejemplares. En la noche del 17 al 18 de agosto, todos los hoteles de Memphis estaban completos y 200 fans inconsolables permanecieron frente a la mansión. Dos de ellos fueron atropellados por un conductor ebrio. Con la mirada perdida, un seguidor no lograba conciliar el sueño frente al portón de entrada decorado con dos estatuas de hierro de Elvis guitarra en mano, rodeado de coronas mortuorias.
“Al enterarme de su fallecimiento, sentí el dolor más terrible de mi vida, como una puñalada que se hubiese llevado una gran parte de mí mismo”, relató al enviado especial de AFP un fan dueño de cerca de 300 discos de vinilo de la estrella. Por la madrugada, entre 3.000 y 5.000 admiradores se concentraron frente a la villa, algunos con camisetas y banderines con la imagen de su ídolo.
Los periodistas presentes -un centenar- fueron mantenidos ligeramente a distancia por agentes de seguridad vestidos con elegancia llamativa y joyas ostentosas, fieles al estilo del ídolo. Los funerales comenzaron por una misa de rito bautista para un grupo reducido de invitados en la “Graceland Mansion”. La muchedumbre tuvo conformarse con ver pasar el cortejo del coche fúnebre seguido por una quincena de Cadillac blancos, el color favorito del difunto.
El cuerpo de Elvis Presley remontó la avenida que lleva su nombre hasta el cementerio de Forest Hills, unos kilómetros más al norte. Allí fue inhumado el “King”, en el mausoleo familiar de mármol rosado, frente a una cincuentena de personas, entre ellos sus familiares, unos pocos amigos íntimos y algunos famosos, como los actores John Wayne y Burt Reynolds.
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