Durante su primera gestión, Dilma Rousseff mantuvo una popularidad por encima del 70% y una economía relativamente sana. Pero luego, las acusaciones por delitos de responsabilidad fiscal, la desaceleración económica y su personalidad fría y desconfiada le pasaron la cuenta.
Una “anécdota” bien podría reflejar su dramático destino y su controvertida personalidad. Cuando Dilma Rousseff era ministra de Minas y Energía (2003-2005) durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, recibió a un grupo de activistas que querían manifestarle su rechazo a la construcción de una represa en el Amazonas. Antonia Melo, ex miembro del Partido de los Trabajadores (PT), contó tiempo después que apenas pronunció su primera frase, Dilma la interrumpió, dio un manotazo en la mesa y prometió que la represa se construiría sí o sí, ante la perplejidad de los presentes. Acto seguido, se dio media y vuelta y abandonó la reunión.
Aunque Antonia Melo compartía supuestamente los mismos ideales que Rousseff, se quedó muda tras su reacción. Y eso mismo volvió a ocurrir en el futuro, incluso con miembros de su propio partido cuando se desempeñaba como Presidenta (2011-2016). Al Palacio de Planalto, la sucesora de Lula llegó con fama de gerente, de tecnócrata, de trabajólica y perfeccionista. Y desde un comienzo, su perfil opuesto al del ex Presidente petista, no cayó bien.
A diferencia de Lula, Dilma se crió en un barrio de clase media y a los 16 años ya simpatizaba con revolucionarios marxistas, hasta que a los 22 años fue apresada y torturada durante tres semanas mediante descargas eléctricas por la dictadura militar (1964-1985). Rousseff pasó tres años en prisión, a comienzos de los 70, y eso la marcó de por vida.
Aunque en Brasil coinciden en que la mandataria no se tomó revancha como jefa de Estado, la desconfianza sí la marcó. De hecho, siendo Presidenta muchas veces actuó bajo esa lógica. Ni siquiera confiaba en los personeros de su propio partido. “Dilma tiene aversión a la política”, reconoció en su momento el diputado petista Wadih Damous. Parte de su discurso del lunes ante el Senado lo enfocó precisamente en “las marcas que tengo en mi cuerpo de la dictadura”. Pero aquello no le bastó para ser destituida y correr el mismo destino que Abdalá Bucaram en Ecuador, en 1997; que Manuel Zelaya en Honduras en 2009 y que Fernando Lugo en Paraguay, en 2012. Distinto fue el caso del ex Presidente brasileño Fernando Collor de Mello, que renunció en 1992 antes de que el Senado lo destituyera.
Quienes conocen a Dilma o quienes intentaban tratar con ella, la han descrito como una Presidenta sumamente desconfiada, pero también soberbia, fría y en extremo técnica. El analista político brasileño Bolívar Lamounier va más allá: “Dilma Rousseff es una rara combinación de arrogancia, ignorancia e incompetencia”.
Durante su gestión, como señalaron de manera constante los principales periódicos brasileños, Dilma no tendió puentes con sus propios aliados del PMDB, de su entonces Vicepresidente Michel Temer -que terminó convertido en su sucesor- y mucho menos con las bancadas de la oposición en el Congreso.
SOLA Y ENFURECIDA
Así, poco a poco se fue quedando sola, mientras aumentaba el desempleo y la economía iba a la baja, siendo que en la época de su primer gobierno Brasil registró un crecimiento de 3%. Entonces, el contraste con su primera gestión saltó a la vista. Pronto la popularidad de 77% que había conseguido en su primera administración, se desplomó a un 8% en agosto de 2015 según Datafolha, casi un año después de ser reelecta con el 51,6% de los votos.
Una viñeta publicada por Folha de Sao Paulo en marzo de 2015 reflejaba su soledad. En la caricatura, Dilma la entonces jefa de Estado aparecía en un rincón oscuro del Palacio de Plantalto, observando desde un ventanal a las multitudes que salieron una y otra vez a protestar contra su gestión.
“En Brasilia casi todo el mundo puede contar historias sobre la intolerancia de Rousseff ante aquellos que están en desacuerdo con ella. Las anécdotas incluyen la ocasión en la que, enfurecida, destrozó un computador; su negativa a reunirse con líderes indígenas o activistas de derechos homosexuales y los regaños a sus asistentes por las más mínimas faltas”, escribió The New York Times en mayo pasado. Eso, sin contar episodios de humillaciones públicas.
Según los politólogos brasileños, Rousseff cavó su propia tumba en un doble sentido: por un lado su apuesta económica se transformó en un fracaso. Y además la acusación que terminó costándole el cargo fue porque supuestamente emitió tres decretos que alteraron los presupuestos sin la luz verde del Congreso y por los atrasos en depósitos en la banca pública que generaron altos intereses. A fines de 2015, los atrasos en los depósitos del gobierno para costear programas sociales y de apoyo al agro ascendían a US$ 18 mil millones.
Pero también Rousseff impulsó medidas contra la corrupción que permitieron el destape del caso Petrobras. Así, algunos piensan que políticos implicados terminaron pasándole la cuenta. Para Dilma, todo se trató de un “golpe”.